Hay algo adictivo en escuchar: "¡Qué inteligente eres!" Desde pequeños, nos enseñan que las notas son una especie de medida del valor personal, como si un examen pudiera definir todo lo que somos. Pero, ¿qué sucede cuando esa validación académica deja de ser un reconocimiento y se convierte en la base de nuestra autoestima? Cuando ya no es motivo de orgullo, sino un estándar que pesa sobre nuestros hombros.
Quizá la verdadera pregunta no sea si somos lo suficientemente buenos para ese título o esa beca, sino por qué nuestra valía debería depender de ellos. El éxito académico es solo una parte del gran cuadro, no el retrato completo.
Al final del día, la validación más importante no está ahí, sino en cómo nos valoramos a nosotros mismos, incluso cuando no estamos expuestos a evaluación.