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Cecilia Toussaint le da voz a Frida Kahlo. Ocho días antes de morir, Frida Kahlo cogió sus pinceles por última vez y escribió sobre la pulpa roja de la sandía: «Viva la vida. Coyoacán, 1954». Pocos meses antes, le habían amputado la pierna derecha y notaba, ahora sí, cómo sus fuerzas desaparecían para siempre, cómo la vida se alejaba de ella. Esta última naturaleza muerta no era casual, era su adiós definitivo, colorido y optimista, como era ella, a pesar de los reveses que la vida le había ido dando hasta entonces.

Ocho días antes de morir, Frida Kahlo cogió sus pinceles por última vez y escribió sobre la pulpa roja de la sandía: «Viva la vida. Coyoacán, 1954». Pocos meses antes, le habían amputado la pierna derecha y notaba, ahora sí, cómo sus fuerzas desaparecían para siempre, cómo la vida se alejaba de ella. Esta última naturaleza muerta no era casual, era su adiós definitivo, colorido y optimista, como era ella, a pesar de los reveses que la vida le había ido dando hasta entonces.

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Ésta es la historia de Gala Dalí, una ciudadana que llegó a Europa procedente de la Rusia de los zares y que acabó vanagloriándose de ser la única mujer capaz de sacar lo mejor de los hombres con los que se emparejaba.

Cecilia Toussaint le da voz a Frida Kahlo. Ocho días antes de morir, Frida Kahlo cogió sus pinceles por última vez y escribió sobre la pulpa roja de la sandía: «Viva la vida. Coyoacán, 1954». Pocos meses antes, le habían amputado la pierna derecha y notaba, ahora sí, cómo sus fuerzas desaparecían para siempre, cómo la vida se alejaba de ella.

En la línea de otros títulos planteados por la autora para nuestra plataforma («Gala-Dalí», «Frida» o «No llores por mí», donde se narran los últimos días de vida de Evita Perón), en esta ocasión Carmen Domingo nos presenta una biografía sui géneris de Eva Braun, la que fue la acompañante de Adolf Hitler durante sus últimos años de vida, con quien contrajo matrimonio justo un día antes de que los dos se suicidaran.

El 22 de mayo de 1938, en plena guerra civil española, dos mil quinientos presos del Fuerte de San Cristóbal de Pamplona, en su mayoría encerrados por motivos políticos, consiguieron volver a ser libres. Leopoldo Pico, uno de los compañeros, había ideado un plan de fuga para escapar de los malos tratos, el hambre, y la miseria de su vida entre aquellos muros.